Marcó
su alma para siempre
Vivía
con su madre y con su padre, en un edificio de pisos muy viejos.
La
fachada del edificio había sido reformada, pero el interior de aquel
bloque se caía a trozos.
Era
exactamente lo mismo que le pasaba a Laura, su fachada deslumbraba
pero su interior se convertía en cenizas por momentos.
Su
padre era un hombre alto y fuerte, con un pasado turbio. Maltrataba a
su hija tanto física como psicológicamente todos los días.
Su
madre, una mujer de 40 años, que odiaba a todo el mundo, la
principal, ella misma, vivía sin sueños, sin ilusión, sin vida, y
lo único que sabía hacer era arrebatar la felicidad de los que la
rodeaban.
A
pesar de todo el dolor que llevaba encima constantemente, Laura
siempre mostraba una sonrisa que deslumbraba a todo aquel que pasaba
por su vera. Era su manera de ganar al mundo, aunque por dentro se
ahogara en su propio mar de lágrimas.
Las
cosas empeoraron cuando empezó en el instituto. No era una niña
delgada como todas sus compañeras, y los insultos, los golpes, la
soledad, la presión y el desprecio de todos sus compañeros la llevo
de cabeza hacia el infierno de los trastornos alimenticios.
Al
principio tan solo era un juego, pero se dio cuenta de que era un
problema cuando su pelo empezó a caerse y sus extremidades estaban
frías como el hielo durante todo el día.
Aquella conducta aumentaba
día a día, haciéndola sufrir cada vez más.
Laura
se fue olvidando completamente de todo, de sus aficiones, de su
familia, de su salud, de los estudios, ya nada le importaba excepto
una cosa, la aceptación de la gente.
"Si la gente no me quiere porque soy gorda, entonces seré la más delgada del barrio"
Ya
no se quería, se odiaba tanto a ella misma que ya nada le hacía
daño. Se humillaba cada noche ante el espejo, se despreciaba como
nunca antes lo había hecho.
Una noche, en un ataque de pánico,
cogió un cuchillo de la cocina e hizo que el filo de este rozara la
piel de su muñeca haciendo que un par de gotas de sangre corrieran
por su brazo hasta caer sobre sus sabanas. Se prometió a ella misma
no volver a hacerlo, pero lo que la muchacha no sabía es que una vez
hecho, ya no había marcha atrás.
Los cortes se fueron haciendo cada
vez más profundos y más frecuentes. Estaba completamente perdida y
sola.
Ahora
le tocaba vivir solo para la anorexia y la autolesión.
La navaja se
convirtió en su mejor y única amiga. No le quedaba nada más que
eso, una cuchilla vieja, unas gasas sucias y una gota de sangre
secándose en el suelo.
Se castigaba con un par de cortes cada vez
que la báscula marcaba un gramo más que el día anterior.
Vivía
avergonzada, aterrorizada porque ya no podía controlar ni siquiera
sus actos.
En
tan solo 2 meses, Laura ya había perdido 30 quilos y su brazo
derecho, ya que este vivía escondido debajo de una manga larga por la multitud de cortes que adornaban su piel.
Una mañana
de octubre se levantó con una extraña sensación en el cuerpo, le
temblaban las piernas y su corazón latía más rápido de lo
habitual.
Su alma se estaba desprendiendo de ese débil cuerpo.
Esa
mañana se encerró en los baños del instituto. Se le fue la mano,
el filo de la cuchilla no solo rozó su piel, sino que también rozó
sus tendones y su tejido muscular.
Se estaba muriendo y nadie se daba
cuenta.
Sonreía al mismo tiempo que su cuerpo se iba apagando...
Por
suerte o por desgracia la encontraron a tiempo y la llevaron al
hospital.
Estaba inconsciente, había perdido mucha sangre.
Pocas
horas después, el corazón de Laura se paró para siempre.
" Laura
no murió ese día, estaba muerta desde el día que cogió aquel
cuchillo y se tatuó en su brazo el dolor que llevaba dentro"
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