dijous, 2 de febrer del 2017

Marcó su alma para siempre

Marcó su alma para siempre


Vivía con su madre y con su padre, en un edificio de pisos muy viejos. 
La fachada del edificio había sido reformada, pero el interior de aquel bloque se caía a trozos.
Era exactamente lo mismo que le pasaba a Laura, su fachada deslumbraba pero su interior se convertía en cenizas por momentos.

Su padre era un hombre alto y fuerte, con un pasado turbio. Maltrataba a su hija tanto física como psicológicamente todos los días. 
Su madre, una mujer de 40 años, que odiaba a todo el mundo, la principal, ella misma, vivía sin sueños, sin ilusión, sin vida, y lo único que sabía hacer era arrebatar la felicidad de los que la rodeaban.

A pesar de todo el dolor que llevaba encima constantemente, Laura siempre mostraba una sonrisa que deslumbraba a todo aquel que pasaba por su vera. Era su manera de ganar al mundo, aunque por dentro se ahogara en su propio mar de lágrimas.
Las cosas empeoraron cuando empezó en el instituto. No era una niña delgada como todas sus compañeras, y los insultos, los golpes, la soledad, la presión y el desprecio de todos sus compañeros la llevo de cabeza hacia el infierno de los trastornos alimenticios.
Al principio tan solo era un juego, pero se dio cuenta de que era un problema cuando su pelo empezó a caerse y sus extremidades estaban frías como el hielo durante todo el día.
Aquella conducta aumentaba día a día, haciéndola sufrir cada vez más.

Laura se fue olvidando completamente de todo, de sus aficiones, de su familia, de su salud, de los estudios, ya nada le importaba excepto una cosa, la aceptación de la gente.
"Si la gente no me quiere porque soy gorda, entonces seré la más delgada del barrio"

Ya no se quería, se odiaba tanto a ella misma que ya nada le hacía daño. Se humillaba cada noche ante el espejo, se despreciaba como nunca antes lo había hecho. 

Una noche, en un ataque de pánico, cogió un cuchillo de la cocina e hizo que el filo de este rozara la piel de su muñeca haciendo que un par de gotas de sangre corrieran por su brazo hasta caer sobre sus sabanas. Se prometió a ella misma no volver a hacerlo, pero lo que la muchacha no sabía es que una vez hecho, ya no había marcha atrás.
Los cortes se fueron haciendo cada vez más profundos y más frecuentes. Estaba completamente perdida y sola.

Ahora le tocaba vivir solo para la anorexia y la autolesión.
La navaja se convirtió en su mejor y única amiga. No le quedaba nada más que eso, una cuchilla vieja, unas gasas sucias y una gota de sangre secándose en el suelo.

Se castigaba con un par de cortes cada vez que la báscula marcaba un gramo más que el día anterior.
Vivía avergonzada, aterrorizada porque ya no podía controlar ni siquiera sus actos.

En tan solo 2 meses, Laura ya había perdido 30 quilos y su brazo derecho, ya que este vivía escondido debajo de una manga larga por la multitud de cortes que adornaban su piel.

Una mañana de octubre se levantó con una extraña sensación en el cuerpo, le temblaban las piernas y su corazón latía más rápido de lo habitual.
Su alma se estaba desprendiendo de ese débil cuerpo.
Esa mañana se encerró en los baños del instituto. Se le fue la mano, el filo de la cuchilla no solo rozó su piel, sino que también rozó sus tendones y su tejido muscular.
Se estaba muriendo y nadie se daba cuenta.
Sonreía al mismo tiempo que su cuerpo se iba apagando...

Por suerte o por desgracia la encontraron a tiempo y la llevaron al hospital.
Estaba inconsciente, había perdido mucha sangre.
Pocas horas después, el corazón de Laura se paró para siempre.


" Laura no murió ese día, estaba muerta desde el día que cogió aquel cuchillo y se tatuó en su brazo el dolor que llevaba dentro"

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